jueves, 31 de mayo de 2007

LA AGENDA Y EL DEBATE



Por Luis Bruschtein


La agenda mediática –que no es exactamente lo mismo que decir los temas importantes– de hace cuatro años estaba totalmente ocupada por cuestiones como la deuda externa, el FMI, la miseria, el altísimo nivel de desocupación y el desprestigio de la política y los políticos.
Cuatro años después, en la misma agenda, prácticamente desaparecieron la deuda externa y el FMI; la miseria y la desocupación han sido reemplazadas por la puja salarial muy relacionada con la discusión de los índices de inflación y costo de vida; se mantiene, aunque en menor grado, el desprestigio de los políticos, y ganó terreno el tema de la corrupción.
Es interesante tomar la agenda mediática para comparar las cosas que han cambiado en estos cuatro años, porque es un territorio donde el Gobierno perdió en todos los frentes y por lo tanto no se puede hablar de manipulación oficial, aunque haya manipulación de otro tipo. Es una agenda que no incluyó centralmente, por ejemplo, los derechos humanos, en donde el Gobierno impulsó avances muy importantes. O la integración regional, donde también se avanzó a través de las afinidades con otros gobiernos surgidos de procesos similares al argentino, como los de Brasil, Uruguay, Bolivia y Venezuela. Y también es una agenda que incluye como negativo cualquier intento de fortalecer los resortes de decisión económica del Estado, donde lo poco que avanzó el Gobierno, como en los casos del Correo, de la empresa de Aguas o la creación de Enarsa, fue duramente bombardeado por los medios.
Decir que no ha cambiado nada es lo mismo que decir, por ejemplo, que desapareció la desigualdad. Pero en cuatro años, los términos en que se despliegan las tensiones y las pujas de la sociedad cambiaron en forma drástica, de la misma manera que cambiaron sus protagonistas. El FMI y la deuda externa eran como una especie de losa que aplastaba cualquier decisión sobre el futuro. Puede ser discutible la forma en que se resolvió ese dilema, pero lo cierto es que ya no condicionan las decisiones sobre políticas económicas que se puedan plantear desde el oficialismo o la oposición. Y el altísimo nivel de desocupación, que castigaba a más del 25 por ciento de la población, estaba asumido como un tema estructural, formaba parte de la naturaleza, igual que la deuda, el FMI y las tormentas de granizo.
La discusión está en otros carriles, porque el Estado sigue siendo un Estado débil frente a los grandes grupos económicos y, por lo tanto, es un Estado que debe decidir sus políticas en una tensión que muchas veces le es desfavorable. Sobre todo cuando esas decisiones están relacionadas, por ejemplo, con políticas distributivas, con estrategias de precios, energéticas o de integración regional. Es una debilidad que aun así no se hace tan evidente por ahora por el crecimiento de la economía –todavía con marcas chinas– y el alto superávit fiscal que le dan un oxígeno que tenderá a desaparecer en cuanto esos índices se normalicen. Es decir, se planteó un rol diferente para el Estado, pero no se construyeron las herramientas institucionales para sostener en el tiempo esa función más “reguladora”.
En este sentido, la discusión está centrada ahora en la forma en que la prosperidad económica beneficie a todos y no mucho más a unos que a otros, como está sucediendo. Es una discusión diferente a la de hace cuatro años. Lo central de la protesta no está ya en las masivas marchas de desocupados –de excluidos que reclamaban inclusión–, sino en conflictos por salarios y precios y sus protagonistas son trabajadores, gremios y asociaciones de productores y empresas. La exclusión no desapareció, pero disminuyó en forma significativa como problemática. El empleo creció, aunque en gran medida lo hizo con trabajo precarizado. Sin embargo, la conflictividad mayor no se da en ese sector más explotado, sino entre los más beneficiados por el cambio de paradigma económico, lo que en algún momento se llamó la aristocracia obrera, que también incluye ahora a amplios sectores de trabajadores del área de servicios. Estos conflictos tienen mucha visibilidad porque afectan zonas muy sensibles de la sociedad como puede ser la educación o el transporte. Pero el problema más grave no está allí sino en los miles de trabajadores que son incorporados al mercado laboral con salarios en negro, sin protección gremial y con contratos basura. El conflicto salarial o por los precios se da en forma contundente hasta que llega una negociación y se termina. Pero el trabajo basura es una realidad que se sostiene en forma sorda y permanente.
Como suele suceder, los cambios en el debate político, en el plano de lo cultural, son menos claros que en el plano de la economía, lo material. Son menos y más difíciles de detectar. Podría decirse que los cambios en el plano más material de la economía no se trasladaron al plano más cultural de la política, más allá de las pujas por la renta. El debate no está centrado en la confrontación de proyectos de país que involucren el proceso económico que se está viviendo, sino que permanece atado a un esquema donde los paradigmas económicos eran indiscutibles y el debate se mantenía en un plano de la ética pura, por lo que terminaba siendo hipócrita en la medida en que no se planteaba modificar la situación menos ética de todas, que es la desigualdad y la injusticia.
Esa discusión no sirvió en aquel momento de hegemonía neoliberal porque cuando ganó la opción “ética” de ese entonces, repitió en mayor o menor medida lo mismo que antes le había criticado al menemismo. La ética no puede estar escindida de un proyecto que visualice éticamente a la sociedad en su conjunto. Y en ese sentido, el debate político entre oficialismo y oposición parece detenido en el tiempo. Cuanto más se extrema, más se vulgariza y pierde credibilidad frente a la sociedad. Y cuanto más se vulgariza, más se favorece a los corruptos, sean privados o públicos.

domingo, 27 de mayo de 2007

PINO SOLANAS



La argentina Latente - Documental de Pino Solanas
“Nos hicieron creer que no tenemos nada”


El director habla de su film como “una epopeya de la invención”, que intenta rescatar del olvido a nombres que a pesar de todo dejaron su marca en el desarrollo científico e industrial. Y apunta al futuro: “El país está viviendo un momento de recuperación económica, pero no es lo mismo que repartir la riqueza, porque el modelo impositivo de hoy es el mismo de Menem”.
Por momentos parece interminable el proyecto sobre el gran fresco del país pensado por Fernando “Pino” Solanas que comenzó con Memoria del saqueo, película en la que a partir de la crisis de 2001 indagaba en la historia político-económica para diagnosticar la devastación que causó el modelo neoliberal.
Memoria del saqueo inició una saga que marcó el retorno al documental del realizador de La hora de los hornos y que continuó con La dignidad de los nadies, film que pone el acento en la resistencia popular antes que en el poder político. El ambicioso proyecto cinematográfico continúa ahora con Argentina latente, largometraje que se estrena hoy, en el que Pino reivindica “tesoros valiosos” que tuvo y tiene el país corporizados en las figuras de ingenieros, técnicos, investigadores, científicos y trabajadores que deberían ser orgullo de la Argentina y, sin embargo, son desconocidos por una amplia mayoría.
A lo largo de esta tercera producción cinematográfica (las próximas serán Los hombres que están solos y esperan, donde enfocará sobre lo público y lo privado, y La tierra sublevada, que tratará el tema de los recursos naturales), Solanas recorre el país para (re)descubrir las potencialidades creativas que tiene Argentina, y que pueden ser la semilla de su recuperación y reconstrucción.
Una innumerable cantidad de testimonios de profesionales permite conocer lo que se hizo (y se hace) en todo el arco de la ciencia, la tecnología y la industria naval, aeronáutica, aeroespacial y nuclear, entre otras. “Son las capacidades inventivas de nuestros jóvenes científicos que no le tienen miedo a nada. Como dicen los físicos del Instituto Balseiro: ‘Se acabó el colonialismo mental, aquí nadie dice que no se puede’.
A pesar de las crisis periódicas del país, la falta de recursos y la fuga permanente de cerebros, la ciencia nacional se siguió desarrollando por el compromiso y la creatividad de sus investigadores. Es la épica de 150 años de desarrollo científico y tecnológico que retomó los saberes latentes y pudo profundizarlos. La historia de nuestra industria, ciencia y tecnología nacional es otra de las epopeyas que demostraron que se pudo y se puede”, asegura Solanas, quien agrega que el film está dedicado a “los jóvenes científicos y trabajadores dispuestos a recuperar la Argentina latente”.

Este film no focaliza tanto en la crisis sino más bien en la recuperación y reconstrucción del país a partir de las propias capacidades creativas. ¿Es una película acorde con un nuevo momento histórico-político del país?
Creo que el país está viviendo un momento de recuperación económica. Eso sin duda. Es el cuarto año que tiene más del 8 por ciento de crecimiento. Después de la crisis espantosa que vivimos como fin de los años ’90, se está en un plano de recuperación de la macroeconomía. Que no es lo mismo que repartir la riqueza, porque el modelo impositivo, que es altamente regresivo, es el mismo de Menem. Pero la devaluación hizo que surgiera como un resorte la recuperación económica.
Fue lo que aportaron los trabajadores que soportando una devaluación de 3 a 1 cargaron esto sobre sus espaldas, con salarios bajísimos. El milagro de la recuperación industrial es éste. Pero Argentina latente no es una película centrada en el análisis político. No es el análisis de los años ’90 que fue Memoria del saqueo. Tampoco es una crónica de las resistencias sociales como fue La dignidad de los nadies. Argentina latente es una crónica de la epopeya de la ciencia. Parecería ampuloso esto, pero no lo es. La ciencia, la tecnología y las investigaciones en la Argentina a lo largo de su historia tuvieron más olvido que acompañamiento. Tan es así que hay 50 mil profesionales y científicos argentinos que trabajan en el extranjero.
Eso es un desastre, una verdadera tragedia. Son profesionales en los que el país invirtió muchísimo dinero en su formación. Piense que tuvimos al superministro Cavallo que mandó a los científicos a lavar platos y que tenía como modelo importar ciencia y tecnología. Eso es decirle a la generación que nos sigue: “Muchachos y chicas, hagan las valijas y vayan a estudiar y trabajar a otra parte, porque éste será un país sólo productor de materias primas”. En definitiva, Argentina latente es una crónica de esta epopeya silenciosa que libraron miles de ingenieros, físicos, biólogos, técnicos, médicos, de todas las especialidades. A pesar del maltrato y a pesar de los olvidos, la ciencia en la Argentina se siguió enriqueciendo.

¿Cómo logró Argentina mantener esas potencialidades técnicas y científicas que usted menciona en la película, a pesar de las crisis?
Es como una carrera de postas: de posta en posta. Uno ve los modestos medios con que trabajaba Bernardo Houssay, creador de la Escuela Fisiológica Argentina, alguien que nunca quiso ir a estudiar afuera: Houssay se formó en la Argentina. Era un estudioso de las grandes escuelas de afuera y se sentía, de alguna manera, heredero de la tradición del francés Claude Bernard. Pero fueron defensores de la ciencia argentina. En definitiva, la película rinde un homenaje a tanta gente, a tanta invención.
Así como digo que es la epopeya de la invención, de la ciencia y de la tecnología argentina (que son saberes latentes) es, además, la crónica de una pasión. La pasión es el gran tema también que está muy ligado con lo argentino. La pasión es el fuego de toda la juventud argentina. Y es lo que asombra al extranjero cuando viene aquí. ¿Cómo es posible que haya ocho mil o diez mil chicos que estudien cine? ¿Cómo es posible que haya cinco mil o diez mil que estudien teatro? ¿Y cuántas son las bandas de rock que tiene este país? Hay todo un movimiento espontáneo que surge de la necesidad de expresarse, de la pasión de expresarse. Y eso se da también en la ciencia.

¿Estos hombres que dedican toda su vida a la investigación científica y técnica son otra especie de olvidados y de héroes cotidianos como los que mencionaba en La dignidad de los nadies?
Son los nadies de la ciencia. Es una cosa increíble: pare a cualquiera y pregúntele quién fue Enrique Gaviola. Nadie tiene la menor idea. Fue uno de los mayores científicos que tuvo la Argentina en el siglo XX. Se formó en la Escuela de Física Cuántica en Alemania en los años ’20. Fue el iniciador, creador o el alma de la Escuela de Físico-Matemática Argentina que nació en La Plata. Sin ese núcleo no tendríamos energía nuclear en la Argentina. Porque los discípulos de Enrique Gaviola, que después fundó el Observatorio Astronómico de Córdoba (un científico multifacético extraordinario), son el núcleo de la física nuclear en la Argentina.
Uno de ellos es José Balseiro, quien creó el Instituto de Física Superior que está en el Centro Atómico Bariloche. Este instituto nació en el ’55, donde los alumnos más destacados de Física fueron becados e ingresaron al Instituto, donde convivieron y trabajaron con sus profesores en las investigaciones de sus profesores. No hubieran aparecido los Jorge Sabato, iniciador de la metalurgia, la ciencia de los metales en la Argentina.
Sin todo eso, ¿cómo se llega a la industria aeronáutica? Pensemos que en el año ’50 Argentina fabrica el Pulqui II, un avión que compite con el Sabre 86 norteamericano y el 1015 Soviético. ¡En el año ’50! La Argentina en el ’47 está produciendo el primer reactor del Hemisferio Sur. En la fábrica militar de aviones de Córdoba trabajaban 10 mil técnicos e ingenieros de todas las especialidades. Todo eso desarrolla ciencia y tecnología. Igual pasó con la energía nuclear. ¿Cómo es posible que Argentina sea vanguardia en el mundo en construcción de reactores de investigación científica con tecnología propia? Es vanguardia en el mundo. Les ha ganado a las principales empresas. Pero la desinformación del argentino medio es espantosa.

¿Cuánto incidió en el desconocimiento de la gente sobre los recursos del país la ideología privatizadora que hizo creer que Argentina ya no tenía nada?
Por supuesto que todo fue un plan malintencionado. Acá se ha hecho creer que no teníamos nada. Y el otro mito que se ha instalado en el imaginario de la gente es que somos pobres: “No nos queda nada, somos pobres, hemos perdido todo y esto es irremediable. El destino que tenemos es el de la pobreza y el sacrificio”. Eso se lo debemos a tantas campañas mediáticas. No cabe duda. En realidad, Argentina es uno de los países más ricos del planeta. Lo repito: Argentina es uno de los países más ricos del planeta.
Es una de las regiones alimentarias del planeta y es considerada la sexta reserva de metales. Además, tiene una de las más grandes plataformas marítimas. Tiene 200 kilómetros, pero los nuevos tratados internacionales alargan la frontera marítima a 900 kilómetros de la costa. Estamos superdotados y, además, Argentina tiene una interesante infraestructura científico-técnica. Algunas cosas nos han quitado. Por ejemplo, la privatización del acero, que fue una canallada. Antes se fabricaban aceros especiales, los aceros Santa Rosa. Ahora hay que importar esos aceros especiales. Pero tenemos todas las capacidades, las capacidades están.

¿Este desconocimiento del que venimos hablando está ligado también a la confusión que hay sobre la noción de propiedad de los bienes? Porque siempre se habla de propiedad del Estado y no de propiedad del pueblo.
Bueno, es cierto. Ahí hay una gran confusión. Porque acá se hizo creer que los bienes eran del Estado como si el Estado fuera otro propietario o el superpropietario. En realidad, toda la jurisprudencia internacional clásica, la más sólida y seria dice lo contrario: “Los bienes no son del Estado. Los bienes son del pueblo”. Los bienes son de los ciudadanos de un país que han venido contribuyendo a través de generaciones con sus impuestos y con su trabajo a la construcción de los tesoros y riquezas, y todo lo que tiene lo que se llama Estado, lo que es público.
Y entonces, ¿qué es el Estado? El Estado es el administrador. Yo digo algo muy simple: un país es como un gran consorcio de copropietarios y el Estado es el administrador del consorcio. Cada cuatro años votamos y damos mandato para administrar el consorcio. Pero el ciudadano no tiene conciencia de que él es un copropietario y que le pertenece la treinta y ocho millonésima parte de esta riqueza.
Digamos, Argentina necesita una reforma institucional para afianzar los poderes en el propietario del pueblo. Esos poderes significan la posibilidad de revocar mandatos cuando los mandatarios no cumplen. Cuando el administrador del consorcio no cumple bien la tarea confiada por quienes le pagan, ¿qué hacen los inquilinos del edificio donde viven? Lo echan. Y bueno, hay que reforzar todas esas cosas para reforzar la democracia, la transparencia. Entonces, transformado el Estado en una propiedad de alguien que la administra que es ajena del pueblo... bueno, lo vendieron como quisieron y lo administran como quieren.